14 de abril 2021
Somos espectadores de una de las crisis sanitarias más devastadoras de nuestro siglo. Pero el Sars-CoV-2 no es el responsable de ello.
Ese diminuto microbio con agujas ha desnudado una “sindemia” global gigantesca que conecta familia, salud, desigualad, vulnerabilidad, economía y trabajo. Entorno, cuerpo, cerebro y mente son hoy más que nunca una sola unidad indivisible. Desde el 2020, la pandemia ha expuesto así el frágil equilibrio de nuestras mentes y entornos. La socialización es nuestra mejor fuente de regulación emocional, y la soledad (percibida) puede empeorar nuestra salud cardiovascular, inmune, psiquiátrica y neurológica. Las redes sociales, pueden ser un salvavidas o una toxina. Las dinámicas familiares se han tensado al extremo. La incertidumbre, el impacto socioeconómico, y las dificultades laborales parecen hoy ser la póliza de nuestro futuro.
A la espera de la aplicación masiva de las vacunas (que, en el mejor de los escenarios, solucionaría la pandemia, pero no la sindemia), los esfuerzos por entender cómo diferentes determinantes sociales, biológicos, psicológicos y socioeconómicos inciden en la salud cerebral se convierten en el desafío central de esta crisis multinivel.
Nuestra economía ya no es una economía de la materia prima o del conocimiento, sino del comportamiento y de la mente, en la que las profesiones exigirán cada vez más habilidades cognitivas, emocionales y sociales. La economía global de la cuarta revolución industrial otorga valor exponencial a las destrezas cognitivas y afectivas que nos hacen humanos, como la autorregulación emocional, la cooperación, la inteligencia social, la creatividad, la compasión, el altruismo, el pensamiento sistémico, la inteligencia colectiva y la flexibilidad cognitiva. La salud cerebral y las habilidades del comportamiento serán el nuevo valor de renovación económica post Covid-19.
A pesar de las malas nuevas, esta crisis trae una oportunidad única de catalizar cambios institucionales y desarrollar un mejor contrato social. Potenciar enfoques innovadores para promover la salud cerebral, reducir el impacto regional de las enfermedades del envejecimiento, empoderar a una nueva generación de líderes en salud cerebral, generar impacto en políticas publicas basadas en evidencia, y realizar estudios e intervenciones interdisciplinarias, son los principales objetivos del primer centro de salud cerebral en Latinoamérica, con sede en Chile.
El Latin American Brain Health Institute (BrainLat) de la Universidad Adolfo Ibáñez, afiliado al Global Brain Health Institute (GBHI) de la Universidad de California San Francisco (UCSF) en Estados Unidos y el Trinity College Dublin (TCD) en Irlanda, buscará colocar a la salud cerebral en el centro de la re-imaginación y recuperación post Covid-19.
Fuente: Qué pasa (La Tercera)