10 de noviembre 2020
La justicia es uno de los tres poderes del Estado y quienes la ejercen deberían ser personas de gran ecuanimidad, libres de las emociones que nublan el juicio del común de los mortales. Pero. ¿es efectivamente así?
Estudios neurocientíficos y de ciencias del comportamiento muestran sistemáticamente que las decisiones humanas, especialmente las que involucran juicios morales, están muy influidas por sesgos, algunos de ellos subconscientes y automáticos. ¿Están libres jueces y abogados de estas distorsiones cognitivas? ¿O también los afecta la información que reciben sobre la intencionalidad del que comete un ilícito y las palabras que se utilizan en el relato de un evento en el momento de juzgar moralmente? La pregunta no es trivial, ya que de su respuesta depende cada día la vida de muchas personas.
En un trabajo publicado en la revista Humanities and social sciences communications, un equipo argentino-colombiano encabezado por Sandra Báez exploró cómo variaba la evaluación moral, la asignación de castigo y la estimación del daño sufrido por acciones dirigidas a terceros en 45 jueces y 60 abogados penales, y 64 controles (personas que no tenían ningún conocimiento experto) de acuerdo con la intencionalidad, tipo de lenguaje utilizado en el relato de los hechos y actividad fisiológica.
«A cada uno se les presentaban 24 escenarios (12 en los que los actos eran intencionales y 12, en los que eran accidentales) -explica Baez, investigadora de la Universidad de Los Andes, Colombia -. Y de cada uno se les hacía una versión en lenguaje neutro y otra con expresiones grotescas o exacerbadas. Una de las mayores dificultades tuvo que ver con el reclutamiento de los voluntarios. Tardamos dos años largos entre los permisos y las entrevistas».
Tanto las neurociencias cognitivas como la psicología ya mostraron que jueces y abogados están sujetos a sesgos; por ejemplo, endurecen las sentencias cuando están cansados o tienen hambre, pero esta investigación se enfocó en reacciones automáticas y que están presentes en la población general. Para eso, utilizaron situaciones en las que una persona le hace daño a otra «queriendo» y «sin querer», y las contaron una vez con lenguaje despojado y otra, con una fuerte carga emocional, colmada de adjetivos exacerbados. Finalmente, midieron distintos parámetros de la actividad fisiológica de los participantes, como la respuesta vagal (un nervio que liga las vísceras y tiene mucha reactividad frente a los estímulos emocionales) derivada del ritmo cardíaco.
«Los resultados mostraron patrones contundentes -destaca Agustín Ibáñez, director del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés e investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez -. En comparación con los controles, las decisiones de los jueces y abogados se vieron menos afectadas por la manipulación del lenguaje y por la propia activación fisiológica. Además, estos expertos proporcionaron evaluaciones más acertadas del estado mental del transgresor y fueron más justos al castigar las acciones de daño accidental. Sin embargo, los jueces y abogados no fueron inmunes al ‘efecto de magnificación del daño’: tal como los controles, sobreestimaron el daño causado intencionalmente».
La buena noticia es que los expertos en derecho penal parecen capaces de emitir juicios menos sesgados que los legos. Sin embargo, esto no ocurrió con los controles, personas sin entrenamiento legal que, en muchos países, y a veces también en el nuestro, cumplen funciones de jurados. «El lenguaje grotesco sí impactó en los controles -subraya Ibáñez -. A mayor exacerbación del relato, mayor activación fisiológica que predecía una evaluación más negativa del acto. Se trata de un resultado muy interesante, porque uno podría plantearse la posibilidad de evaluar niveles de experticia en materia legal midiendo la activación fisiológica frente a distintos escenarios».
El impacto de la palabra
Para Adolfo García, neurolingüista, codirector del CNC y coautor del estudio, hay dos razones que hacen particularmente interesante el trabajo. «En primer lugar, revela la capacidad del lenguaje de activarnos y ponernos en un estado fisiológico determinado -afirma -. A tal punto, que es muy difícil de regular por estrategias como la meditación. Que los jueces por su ejercicio consciente de toma de decisiones más racionales lo puedan haber vulnerado es fenomenal, ya que son efectos muy automáticos, muy primarios del lenguaje. Y lo segundo es que, si bien hay muchas investigaciones sobre la experticia (por ejemplo, se sabe que los expertos en deportes pueden predecir mejor si un arquero va a atajar un penal o no, y que los intérpretes simultáneos tienen ventajas en ciertas tareas lingüísticas), en general lo que uno ve es que se mejora la habilidad en la que se trabaja. Acá, lo que se logra es mitigar efectos cerebrales muy ‘pregnantes'».
En el caso de los jurados, en el país todavía no está generalizada su participación (solo se emplean en Córdoba y, más recientemente, en Buenos Aires), pero hay un gran movimiento por tratar de llevarlos a todo el país. «Este estudio es muy importante en esa materia -coincide Daniel Pastor, director del Instituto de Neurociencias y Derecho de INECO, docente de la UBA y coautor del estudio -. Los países más desarrollados trabajan con jurados y esto pone en duda la calidad del juicio que pueden ofrecer. Lo mismo sucede con nuestras teorías de que tiene que ser más castigada la intención o ‘dolo’ que lo que es accidental o imprudente. Hoy se hace una evaluación en forma de interrogatorio para descubrir sesgos o prejuicios. Estos hallazgos nos permiten un estudio más científico, certero y robusto para seleccionarlos».
Joaquín Navajas, investigador del Conicet en el Laboratorio de Neurociencias de la Universidad Torcuato Di Tella, opina que el trabajo es metodológicamente sólido y sus mayores virtudes se encuentran en dos facetas: por un lado, la muestra poblacional muy controlada y subexplorada (personas sin conocimiento técnico, abogados y jueces de Argentina y Colombia), y por otro, haber controlado los resultados por factores cognitivos (información sobre la intencionalidad del victimario) y emocionales (respuestas fisiológicas).
«Existe una vasta literatura sobre la existencia de sesgos cognitivos en jueces, pero es el primer trabajo que conozco que se haya realizado en el país -afirma Navajas -. Esto es muy importante dado que es probable que muchos resultados (principalmente de los Estados Unidos) no sean extrapolables a la Argentina debido a las idiosincracias legales y culturales de cada país. Un resultado que encuentran es que los grupos más formados en leyes (abogados y jueces) son más resilientes a los vaivenes emocionales. En otras palabras, si bien responden fisiológicamente a las descripciones que usan lenguaje repulsivo (y es lógico que lo hagan, ¡son personas!), sus decisiones no están tan influidas por esa respuesta emocional. Esto trae un poco de optimismo sobre el sistema legal y sugiere que el entrenamiento en leyes sirve para generar respuestas más racionales, robustas y basadas en la evidencia».
Y enseguida agrega: «Espero que este trabajo sea el primero en una línea de investigación muy interesante».
Fuente: La Nación (Argentina)