04 de octubre 2021
El avance en el desarrollo infantil en América Latina en las últimas décadas muestra hitos relevantes. Es el caso de la mortalidad infantil que ha disminuido considerablemente en todos los países de la región en los últimos 50 años en un promedio de 75%. Y si se considera a Brasil, Chile y Perú, decreció en un 90% o más, según el Banco Interamericano de Desarrollo.
Son buenas noticias. Sin embargo, el mismo organismo advierte que una alarmante tasa de niños se encuentra rezagada si se les compara con los de países desarrollados. Algo que se da especialmente en el desarrollo cognitivo y socioemocional.
En 2017, la proporción de niños en riesgo de retraso en el crecimiento o pobreza extrema en los países en desarrollo fue del 62,7%. Cuando se agrega la baja escolaridad materna y el maltrato infantil, esa proporción se eleva al 75%.
Y si bien son varios los actores que intervienen en ese proceso desarrollo, existen algunos con más ventajas en cuanto a la cercanía y confianza que tienen de padres y madres: las y los pediatras. Si estos profesionales les entregan información oportuna y procesable pueden ayudar a reducir esas barreras.
Como cuidadores, los adultos no siempre toman las mejores decisiones para el desarrollo de niños y niñas. Algo que se debe en gran medida a que no están bien informados. Pensar, por ejemplo, que las pataletas de los más pequeños, que son biológicamente naturales, son una expresión de mala conducta, los puede llevar a intentan “cambiar” esa conducta golpeándolos. Falta de conocimiento a la que se suman el estrés, la depresión o la falta de control. El resultado pueden ser consecuencias permanentes en su bienestar a lo largo de toda la vida.
Una de las herramientas que diversos estudios resaltan como beneficiosas en ese sentido, son las ciencias del comportamiento, es decir, las que explican cómo se comportan las personas en la práctica, y de este modo, ayudan a diseñar mejor las políticas y los servicios públicos. Ellas no solo asisten a los profesionales de la salud en mejorar la adhesión a tratamientos y conductas recomendadas en sus pacientes, también son de bajo costo.
Conocidas como “behavioral insights” o “nudges”, complementan el conjunto de herramientas tradicionales. Investigaciones muestran que pueden mejorar la prescripción de medicamentos, reducir los sesgos en los diagnósticos, mejorar las prácticas clínicas y promover decisiones basadas en evidencia.
Sin embargo, el uso y conocimiento en los profesionales de la salud vinculados al desarrollo infantil es aún escaso en la región.
Así lo establece el reciente estudio Behavioural insights (BI) for childhood development and effective public policies in Latin America: a survey and a randomised controlled trial, que analizó el conocimiento de las políticas públicas de 2 mil especialistas, las ciencias del comportamiento, las herramientas que impactan en la práctica clínica, y finalmente, la percepción sobre la influencia de ellas en un programa simulado.
Pasar de una conciencia general de que el comportamiento es fundamental para la salud, a un conocimiento práctico de qué hacer al respecto, es un proceso en el que ayudan todos los avances en investigación de los últimos 40 años de disciplinas como la psicología, la economía, la antropología, entre otras. Eso plantea la ciencia del comportamiento.
Agustín Ibáñez, doctor en Psicología, director del Brainlat de la Universidad Adolfo Ibáñez y director del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés, Argentina, uno de los autores del trabajo, resalta que buscaban saber el nivel de conocimiento de los profesionales que trabajan en el campo del desarrollo infantil en Latinoamérica sobre “behavioral insights” o “nudges”, o aportes de las ciencias del comportamiento.
Aportes que Ibáñez destaca como claves porque facilitan el acceso a derechos, programas del desarrollo, facilitan la comunicación, y mejoran la intervención de distintos mecanismos terapéuticos para favorecer la calidad de vida, la educación, el desarrollo infantil y la nutrición. “Son muy importantes y cada vez más por la tecnología en que uno puede escalar estas intervenciones y se vuelven tremendamente útiles”, indica.
Para indagar en eso, contactaron a más de 2 mil profesionales de la salud que trabajan en desarrollo infantil. Les preguntaron en un primer estudio cuánto sabían de estas técnicas, y en un segundo análisis realizaron una intervención para ver si las consideraban eficientes.
Evaluaron múltiples aspectos del conocimiento que esos profesionales tenían sobre las ciencias del comportamiento y encontraron, dice Ibáñez, que tienen un nivel “muy, pero muy bajo, un porcentaje muy bajo de profesionales los conocían y la gran mayoría no sabía si eran útiles”.
Fuente: Qué Pasa