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Distracciones: por qué son tan comunes las divagaciones mentales


06 de noviembre 2020

Puede suceder en las actividades más diversas: mientras se maneja, en una clase, haciendo un deporte o durante una conversación. De un momento a otro, el foco de atención se desplaza. Como si hubiera un interruptor en el interior de la mente, un pensamiento nuevo se abre paso, sin previo aviso, por sobre la tarea de ese momento. Pero lo llamativo no termina ahí sino que, hasta que nos damos cuenta que este «cambio de canal» atencional sucedió puede pasar un tiempo considerable.

Las distracciones, se sabe, hoy están a la orden del día. Las nuevas tecnologías, en general, no ayudan a concentrar el foco de la atención. Pero más allá de los rasgos peculiares de estos tiempos, el perderse en pensamientos, que poco o a veces nada tienen que ver con lo que se está haciendo -un estado conocido como mind wandering, que podría traducirse como mente errante-, es tan propio de los humanos como reflexionar sobre los propios pensamientos o tener sentimientos morales.

En 2010, los psicólogos de la Universidad de Harvard Matthew A. Killingsworth y Daniel T. Gilbert analizaron las respuestas que 2250 personas dieron a una serie de preguntas pensadas para estudiar la divagación mental. Los investigadores habían diseñado una aplicación para celulares para que los participantes del estudio respondieran acerca de las actividades que hacían y si, durante el desarrollo de estas, pensaron en otra cosa no relacionada con la aquellas tareas.

El resultado del estudio provocó cierto revuelo: indicó que las personas pasan entre el 30 y el 50% de su tiempo divagando y que ninguna actividad, salvo el tener sexo, era ajena a este estado. «Sorprendentemente, la naturaleza de las actividades de las personas tuvo solo un impacto modesto en si sus mentes vagaban y casi no tenían impacto en los temas en los que sus mentes deambulaban», indicaron los investigadores, en un artículo en Science. Y aseguraron: «Una mente humana es una mente errante«.

Los porqués de la divagación mental

Si bien las conclusiones de los psicólogos de Harvard para algunos resultaron exageradas, sí hay acuerdo en que perderse en una nube imaginativa es, por lo menos, común y frecuente en las personas.

Sin embargo, los motivos por los cuales esto sucede tienen varias hipótesis que, no obstante, no son excluyentes entre sí, aclara Andrea Goldin, investigadora del Conicet en el Laboratorio de neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella.

Una posible explicación, dice Goldin, es que el mind wandering es «una forma activa de seleccionar recursos: estamos inmersos en un ambiente y decidimos, consciente o inconscientemente, a qué prestar atención y a que no». Como un reflector, la atención, dice la neurocientífica, puede orientarse llevando nuestra concentración de un objeto a otro, a estímulos tanto externos como internos. «Y uno de esos lugares para prestar atención es un pensamiento de adentro de tu cabeza», dice Goldin.

«Normalmente recibimos la información por los sentidos y, justamente, le damos sentido a eso dentro de nuestra cabeza. En el mind wandering no, cortamos todo el ‘chorro’ que viene de los sentidos y nos quedamos adentro de nuestras cabezas. Pero ahí emerge un pensamiento: es como si el cerebro dijera ‘necesito focalizarme en esto interno que me está llamando'», añade.

Una segunda hipótesis, en cambio, apunta a una «falla», por ejemplo ante una saturación de las funciones ejecutivas o del control ejecutivo. «Si no podés prestarle atención a todo lo que estás recibiendo, interno y externo, entonces de golpe liberás recursos de control atencional», explica la investigadora.

Con qué cosas divagamos y cuándo lo hacemos

El «vuelo» libre de la mente, más allá de la actividad principal que se esté haciendo, puede suceder en situaciones varias: tanto al lavar los platos como en una reunión de trabajo, el estado de mente errante es frecuente. Sin embargo, su aparición estaría vinculada con la clase de actividad que se esté haciendo.

«En general lo que se ve es que en situaciones de alta demanda cognitiva hay menor cantidad de eventos de mente errante que en situaciones de baja demanda», dice Goldin, especialista en neurociencia educacional.

Frente al mundo, los humanos contamos con dos estrategias para orientar los focos de nuestra atención. Una, llamada exógena, es la que primero se desarrolla, y está vinculada, por ejemplo, a orientar la vista hacia el lugar de donde proviene un ruido.

Pero frente a la llamada atención exógena, se halla otro tipo de foco, más complejo: la atención endógena que, explica Goldin, es consciente, parte de la orden de cada persona e intenta atender a aquello que se busca dedicarle concentración, más allá de lo que suceda alrededor.

Sin embargo, esta focalización puede no ser sencilla. «Estás leyendo el mejor libro del mundo y te descubrís que hace tres páginas no tenés idea de lo que estás leyendo, aunque hayas leído palabra por palabra», ejemplifica Goldin.

«Cuando una tarea es monótona o aburrida lo que empieza a pasar es que tenés que poner mucho control inhibitorio para focalizar la atención donde querés, para orientarla endógenamente», dice la investigadora. Ese momento de dispersión que suele ocurrir podría explicarse entonces como una suerte de «recreo mental» frente a tareas monótonas o aburridas, «para volver a tomar las riendas endógenas de la orientación de la atención», dice Goldin.

Por su parte, Agustín Ibáñez, director del Centro de Neurociencias Cognitivas de la Universidad de San Andrés e investigador del Conicet, aporta: «A nivel interno básicamente hay varios procesos como la motivación, el placer o el sentirse bien. Y una forma típica de desconectarse es cuando estás haciendo un trabajo que no te interesa en lo más mínimo o es muy arduo. Eso tiene que ver de alguna forma con el estado por default: uno tiende a un estado en el que se siente más o menos bien. Cuando tenés una carga de estrés que no podés compensar, o una frustración alta, el mind wandering ayuda, por así decirlo, a desconectar y a compensar esos factores».

Si bien el mind wandering pareciera ser un estado en el que la mente navega sin un norte, las divagaciones no suelen estar desvinculadas de las inquietudes, proyectos, recuerdos, deseos y fantasías de quien se halla en «la nube de Valencia».

«El mind wandering no es de cualquier cosa. Es de cosas tuyas más que de genéricas, pero suele ser de cosas personales y en general es más a futuro que a presente o a pasado. Hay quien dice que puede estar relacionado con la capacidad de planificar, y los humanos somos muy buenos planificando», afirma Goldin. Además, entre los pensamientos positivos, neutros o negativos, la mente se inclinaría por los primeros.

Las explicaciones acerca de las causas por las que las mentes ingresan en un modo errante son diversas, aunque fácilmente puede llegarse a una certeza, y es que este estado refleja la compleja trama de procesos que suceden en los cerebros humanos.

«El foco atencional siempre depende, paradójicamente, de lo que está en la periferia de la mente. Y ello no solo depende los estímulos del mundo capturados por los sistemas visual, auditivo, táctil, etc., sino también de la periferia de la mente, de la imaginación, los significados en las palabras, o la semiótica. Cuando decís cualquier palabra o frase, por ejemplo, ‘estoy sentado en una silla’, se activan memorias y estados propioceptivos en tu cuerpo, que van más allá del foco atencional. Michael Polanyi hablaba del conocimiento tácito, ese que está en la penumbra de nuestra atención pero que sostiene el foco de la misma. La navegación mental lo que hace es conectar con la periferia, pudiendo cambiar el foco de atención», dice Ibáñez.

Pero el estado de navegación a la deriva de los pensamientos, en el que de repente una idea, recuerdo o proyección emerge y desplaza la atención, también plantea preguntas inquietantes sobre el funcionamiento de la mente humana: en el momento en que se da ese estado: ¿las personas tenemos el control de nuestras conciencia?

Para Ibáñez, lo que sucede puede asociarse a los dibujos de M.C. Escher, que plantean una circularidad o autorreferencia, o a la idea de conciencia atencional, que funcionaría como «títere y titiritero» -consciente y inconsciente- a la vez. En este sentido, plantea un ejemplo: en un diálogo, una de las personas puede escuchar a la otra y, «voluntariamente», reflexionar acerca de lo que se está hablando y pensar que esa charla es aburrida o interesante. Aunque también puede suceder que una frase o palabra haga emerger, «involuntariamente», una imagen o un recuerdo que pueda o no necesariamente tener que ver con el tema de la conversación.

«Eso no lo decidís, sino que ocurre, y el flujo de la conciencia atencional es de un diálogo entre estos procesos más conscientes o autodeliberados y los procesos más emergentes, inconscientes, que acontecen. Uno tiende a pensar en antinomias, que el proceso atencional es títere o titiritero, pero no ambos, y lo cierto es que es un flujo, en donde intervienen tanto procesos conscientes como inconscientes», concluye Ibáñez.

Fuente: La Nación (Argentina)